lunes, 2 de agosto de 2010

Los principios del gobierno representativo (parte II)

Fuente: Los principios del gobierno representativo (Manin)

Metamorfosis del gobierno representativo

A la luz del tipo de representación, se compararán tres tipos ideales y esquemáticos de gobierno representativo: parlamentarismo, democracia de partidos y democracia de audiencias. La extensión del derecho a voto se dejará deliberadamente afuera.

Parlamentarismo

Elección de los representantes: los candidatos con éxito eran individuos que inspiraban individualmente -y no a través de su conexión con organizaciones políticas- la confianza del electorado en circunscripciones locales. Habían conseguido prominencia en la comunidad en virtud de su carácter, riqueza u ocupación. Constituían un tipo particular de élite: los notables.

Autonomía parcial de los representantes: cada representante es libre de votar de acuerdo a su conciencia y juicio personal. No transmite una voluntad política ya formada fuera de los muros del parlamento. Tampoco es portavoz de sus electores, sino su fideicomisario.

Libertad de la opinión pública: existía una proliferación de movimientos extraparlamentarios. Como las elecciones depositaban confianza personal en los candidatos, que actuaban a título individual, las opiniones de la ciudadanía sobre los asuntos públicos debían encontrar otra vía para manifestarse. Las escisiones que dividían al parlamento no necesariamente coincidían con las que dividían al país, y existía la posibilidad de un enfrentamiento amenazante para el orden público.

Juicio mediante la discusión: al no hallarse los representantes atados por los deseos de los partidos o de sus electores, el parlamente puede ser un órgano deliberador en todo su sentido. La posibilidad de que los participantes cambien de opinión es una condición necesaria de la discusión persuasiva. La creencia dominante era que los parlamentarios debían votar según las conclusiones a las que hubieran llegado durante el debate parlamentario, no según decisiones tomadas con antelación fuera del parlamento.

Democracia de partidos

Elección de los representantes: la extensión del derecho de voto imposibilita una relación personal con los representantes. Los partidos políticos, con sus burocracias y redes de militantes, fueron creados con el fin de movilizar a un electorado ampliado. Los ciudadanos no votan a quien conocen personalmente, sino a alguien que lleva los colores de un partido. El objeto de confianza pasa de la persona al partido. Además, las divisiones electorales reflejan divisiones de clase, divisiones socioeconómicas. La representación se convierte así en un reflejo de la estructura social, las fuerzas sociales que se expresan a través de las elecciones están en conflicto entre sí. El sentido de la pertenencia y la identidad social determina más las actitudes electorales que la adhesión a los detallados programas de los partidos, que más que nada contribuyen a movilizar a los activistas y burócratas del partido. Prueba de todo lo anterior es la notable estabilidad electoral que se observa.

Autonomía parcial de los representantes: el representante ya no es libre de votar según su propia conciencia o juicio: está obligado con el partido, al que debe su elección. Es un mero portavoz del partido que sigue una estricta disciplina de voto en el parlamento. Así, el parlamento se convierte en un instrumento que mide la fuerza relativa de los intereses sociales en conflicto. Al enfrentarse cara a cara las clases sociales, existe el riesgo de una guerra civil. Para evitarla, el bando mayoritario tiene una única solución: llegar a un compromiso con la minoría. Solo este compromiso hace viable la democracia de partidos. Con el fin de alcanzar compromisos los partidos deben reservarse espacios de maniobra tras las elecciones, lo que se facilita por el hecho de que las personas expresan con el voto la confianza en el partido y pone las cosas en sus manos. Entonces, pese a la importancia de los programas, la democracia de partidos no elimina la independencia parcial de los que están en el poder respecto de los votantes. Pero el espacio de maniobra encuentra límites fijos: ya no se trata de la libertad de los representantes individuales para decidir como consideren conveniente, sino de la libertad del partido para decidir hasta que punto poner en práctica un plan ya acordado.

Libertad de la opinión pública: los partidos organizan la expresión de la opinión pública: manifestaciones, peticiones, campañas de prensa. La existencia de prensa de partido tiene particular importancia. Las expresiones públicas están estructuradas de acuerdo a las divisiones partidistas: la elección de los representantes y la expresión de la opinión pública ya no difiere en sus objetivos, la voz parlamentaria y la voz extraparlamentaria coinciden exactamente. Pero ahora la libertad de la opinión pública adopta la forma de libertad de oposición, la brecha vertical entre la mayoría y la oposición toma el lugar de la división horizontal entre el parlamento y los que están fuera de él.

Juicio mediante la discusión: las sesiones parlamentarias dejan de ser el foro de discusiones deliberativas. Cada bando obedece a una estricta disciplina de voto. Una vez decidida la posición del partido, los representantes no pueden cambiar de opinión como resultado del intercambio dialéctico. Pero la discusión se desplaza a otros foros. En los intercambios en el seno del partido que preceden a los debates parlamentarios, los participantes debaten auténticamente. Además, la democracia de partidos alienta las discusiones entre los líderes de los diversos partidos, ya que el contenido preciso del compromiso electoral es objeto de negociación entre los partidos.

Democracia de audiencia

Elección de los representantes: aumenta el número de votantes flotantes: los resultados electorales varían de unas elecciones a otras permaneciendo invariable el trasfondo socioeconómico y cultural. La individualidad de los candidatos es una de las causas de estas variaciones. Los votantes tienden a votar a la persona más que al partido o al programa; en este sentido, se retorna a un rasgo del parlamentarismo. Pero la relación es ahora a nivel nacional y no local: las presidenciales tienden a convertirse en la elección más importante, el jefe del gobierno más que el parlamentario es considerado el representante par excellence, con la consecuente tendencia a la personalización del poder. La situación parece obedecer a dos causas:

1. Los medios de comunicación masivos. Mediante la radio y la televisión los candidatos pueden comunicarse directamente con toda la nación sin la mediación de la red del partido. Además, estos medios favorecen cualidades personales de dominio de técnicas de comunicación mediática, es decir, favorecen a los expertos en medios.

2. Ha aumentado sustancialmente el ámbito de actividad gubernamental y el entorno de acción de los gobiernos es mucho más complejo. Los problemas que han de afrontar los políticos se vuelven entonces más impredecibles, y a los candidatos les resulta más difícil efectuar promesas detalladas. La actividad gubernamental exige entonces poderes discrecionales, prerrogativas en el sentido que las definió Locke. La confianza personal vuelve a ser un criterio más adecuado para la selección de candidatos que deben tomar buenas decisiones mas que atarse las manos con promesas concretas. Los representantes ya no son portavoces sino fideicomisarios.

Por otra parte, predomina la dimensión reactiva del voto, los votantes parecen responder a términos particulares ofrecidos en cada elección, más que expresar sus identidades socioculturales. Debe observarse que una elección siempre comporta un elemento de división y diferenciación entre votantes que moviliza y une con mayor eficacia a los adversarios. Los candidatos no sólo deben definirse a sí mismos, sino también a sus adversarios. Pero en una serie de sociedades occidentales actuales no existen divisiones socioeconómicas o culturales mucho más importantes o estables que otras. Las líneas divisorias son numerosas, se entrecruzan y cambian con rapidez. Los políticos han de decidir cuál de esas divisiones será más eficaz para ellos. Entonces, la iniciativa de los términos de la opción electoral compete al político y no al electorado, que aparece sobre todo como una audiencia que responde a los términos que se le presentan en el escenario político. Sin embargo, como las divisiones más eficaces políticamente son las que corresponden con las preocupaciones del electorado, el proceso tiende a producir una convergencia entre los términos de la opción electoral y las divisiones entre el público, que reemplaza a la correspondencia más inmediata que se veía en la democracia de partidos. Recurriendo a una imperfecta metáfora de mercado: la demanda no es exógena, las preferencias no existen antes de las acciones de los políticos.

Autonomía parcial de los representantes: los representantes son elegidos por su imagen, tanto la personal del candidato como la del partido al que pertenecen. A los votantes se les presenta una variedad de imágenes en competencia. Aunque cada una de ellas sea bastante difusa, no son completamente indeterminadas. El resultado de cada término es el resultado de la coexistencia de varios términos que se diferencian unos de otros. Estas imágenes son representaciones mentales muy simplificadas y esquematizadas, lo cual constituye un método para resolver el problema de los costes de información al ser comunicadas a un gran número de votantes que no son lo suficientemente competentes para captar los detalles técnicos involucrados. Por lo tanto, la independencia parcial de los representantes se ve reforzada por el hecho de que sus promesas electorales adoptan la forma de imágenes relativamente nebulosas.

Libertad de la opinión pública: los canales de la comunicación política (periódicos, televisión, etc.) son en su mayor parte no partidistas. Esto no quiere decir que no introduzcan sus propias distorsiones y prejuicios, o que no tengan sus preferencias políticas. Pero no están vinculados estructuralmente a los partidos políticos. Por lo tanto, todo individuo recibe más o menos la misma información sobre un determinado asunto, los temas son percibidos de un modo relativamente uniforme a lo largo del espectro de las preferencias públicas. Los individuos no seleccionan su fuente de información según sus inclinaciones partidarias. No obstante, las personas pueden adoptar posiciones divergentes sobre un tema determinado, pero la división de la opinión pública no coincide necesariamente con las fracturas electorales, ya que los medios operan según principios comerciales, no políticos. Las organizaciones demoscópicas pueden sacar a la luz líneas de división que no son las explotadas por los candidatos.

Juicio mediante la discusión: el votante flotante está relativamente bien informado, interesado en política y bastante bien instruido. La democracia de audiencia se caracteriza, por lo tanto, por tener un nuevo protagonista en la discusión pública, el votante flotante, y un nuevo foro, los medios de comunicación. La existencia de un electorado informado crea incentivos para que los políticos presenten sus propuestas directamente al público. La discusión de temas concretos ya no se limita al parlamento.

Conclusión

Los gobiernos representativos siguen siendo lo que fueron desde su fundación, un gobierno de élites distinguidas por su posición social, modo de vida y educación. A lo que estamos asistiendo hoy no es más que al auge de una nueva élite y el declive de otra.
Cuando los activistas y burócratas ocuparon el lugar de los notables, la historia parecía reducir la brecha entre élites gobernantes y ciudadanos corrientes. Si bien los partidos de masas estaban dominados por élites diferentes de la base, era razonable pensar que la distancia entre burócratas de partidos y ciudadanos corrientes era menor. Además, los partidos de masas lograron crear una identificación (real o imaginada) entre éstos y aquellos. Es imposible tener ahora esa impresión. Lo que ha provocado la actual sensación de crisis de la representación es la persistencia de la brecha, posiblemente agravada. Los acontecimientos desmienten la idea de que la brecha estaba destinada a cerrarse.
Similarmente, cuando el pueblo votaba por un partido con un programa, tenía mayor capacidad para establecer la política futura. La democracia de partidos facilitaba el voto prospectivo. Cuando hoy se elige un candidato por su imagen los votantes tienen menor capacidad para determinar lo que va a hacer.
Al expandir enormemente su base, indudablemente el gobierno representativo se ha vuelto más democrático, esta tendencia no se ha revertido. Pero aunque se puede decir con certeza que la democracia se ha ampliado, no se puede decir con igual certeza que sea más profunda.