domingo, 21 de febrero de 2010

La guerra fría (parte I)

Fuente: Historia del siglo XX (Eric Hobsbawm)

Los 45 años transcurridos entre la explosión de las bombas atómicas y el fin de la URSS no constituyen un período de la historia homogéneo, sino que se dividen en dos mitades, una a cada lado del hito que representan los primeros años '70. Sin embargo, siguen un patrón único marcado por el enfrentamiento constante de las dos superpotencias surgidas de la guerra, un enfrentamiento nuclear permanente basado en la premisa de que sólo el miedo a la "destrucción mutua asegurada" (MAD) impediría a cualquiera de los dos bandos tomar la iniciativa.

Objetivamente, no había ningún peligro inminente de guerra mundial. Pese a su retórica apocalíptica, sobre todo norteamericana, ambas superpotencias aceptaron el reparto global y desigual del globo establecido al final de la guerra. En Europa las líneas de demarcación se habían trazado en '43-'35 en las cumbres en que participaron Roosevelt, Churchill y Stalin. Fuera de Europa, descontando Japón, la situación no era tan clara, porque se preveía el fin de los antiguos imperios coloniales, ya inminente en Asia, y la orientación futura de los nuevos estados poscoloniales no estaba nada clara. Esta fue la zona donde ambas superpotencias continuaron compitiendo en busca de apoyo e influencia durante toda la guerra fría. Sin embargo, a los pocos años fue quedando claro que, por escasas que fueran sus simpatías hacia EEUU, los nuevos estados no eran en general comunistas: anticomunistas en su política interior y "no alineados" (con el bloque militar soviético) en asuntos exteriores. En la práctica, la situación mundial se hizo razonablemente estable poco después de la guerra y continuó siéndolo hasta mediados de los '70. Hasta entonces, las superpotencias hicieron los máximos esfuerzos por resolver las disputas sobre sus zonas de influencia sin llegar a un choque abierto, se trató la guerra fría como una "paz fría". Por desgracia, la certidumbre misma de que ninguno deseaba realmente apretar el botón atómico, tentó a ambos bandos a agitar el recurso al arma atómica con fines negociadores o domésticos, al precio de desquiciar los nervios de varias generaciones.

Sin embargo, tras la guerra, existía aún la idea -absurda desde el punto de vista actual pero lógica en aquel entonces- de que la era de las catástrofes no se había acabado en modo alguno, de que el futuro del capitalismo mundial y la sociedad liberal distaba mucho de estar garantizado. La mayoría de los observadores esperaba una crisis económica de posguerra grave. Con la excepción de los EEUU, los países beligerantes eran mundos en ruinas habitados por poblaciones que a los norteamericanos les parecían hambrientas, desesperadas y potencialmente radicalizadas. Los comunistas aparecieron en todas partes con mucha más fuerza que en cualquier tiempo anterior, a veces como las formaciones políticas mayores en sus respectivos países. La URSS se había extendido hacia amplias extensiones de Europa y del mundo no europeo. No obstante, se encontraba en ruinas, desangrada y exhausta. Por lo tanto, la política de enfrentamiento entre ambos bandos surgió de su propia situación. La URSS, conciente de lo precario e inseguro de su posición, se enfrentaba a la potencia mundial de los EEUU, concientes de lo precario e inseguro de sus posiciones en Europa y gran parte de Asia. Mientras que a los EEUU les preocupaba el peligro de una hipotética supremacía mundial de la URSS en el futuro, a la URSS le preocupaba la hegemonía real de EEUU en el presente, con una economía más poderosa por aquel entonces que todas las demás economías mundiales juntas. El temor mutuo surgido del enfrentamiento hizo que ambos bandos comenzaran a movilizarse bajo banderas opuestas. Es probable que se hubiera producido el enfrentamiento aun sin ideologías de por medio.

Pero esto no basta para explicar por qué la política de EEUU tenía que basarse en presentar el escenario de pesadilla de una superpotencia moscovita lanzada a la conquista inmediata del planeta al frente de una "conspiración comunista mundial". No explica la premisa inverosímil de que el planeta era tan inestable que podía estallar la guerra mundial en cualquier momento, y que solo la impedía una disuasión mutua sin tregua. Una política de mutua intransigencia e incluso de rivalidad permanente no implica un riesgo cotidiano de guerra. Además, ahora resulta evidente -y tal vez ya era dado concluir entonces- que la URSS no era expansionista:
* donde controlaba regímenes satelites éstos tenían el compromiso de construir economías mixtas con democracias parlamentarias pluripartidistas.
* desmovilizó sus tropas casi tan deprisa como los EEUU.
* se encontraba devastada y necesitaba toda la ayuda económica posible.
* Stalin había demostrado ser tan poco partidiario de correr riesgos fuera del territorio bajo su dominio directo como despiadado dentro del mismo.
* sus planificadores no creían que el capitalismo se encontrara en crisis terminal ni mucho menos, no les cabía duda de que seguiría por mucho tiempo bajo la égida de EEUU, cuya riqueza y poderío habían aumentado enormemente.
Resumiendo, su postura de fondo tras la guerra no era agresiva sino defensiva.

Pero había en la situación dos elementos que contribuyeron a desplazar el enfrentamiento del ámbito de la razón al de las emociones. Primero, como la URSS, los EEUU representaban una ideología considerada sinceramente por muchos norteamericanos como modelo para el mundo. Pero, en segundo lugar, a diferencia de la URSS, los EEUU eran una democracia, que tenía que preocuparse por ganarse los votos de los congresistas y ciudadanos. Además, los EEUU seguían viendo el aislacionismo o un proteccionismo defensivo como sus mayores obstáculos internos para desarrollar su rol de potencia mundial. La histeria pública facilitaba a los presidentes la obtención de enormes sumas necesarias para financiar la política norteamericana a expensas de una ciudadanía notoria por su renuencia a pagar impuestos. Y el anticomunismo era auténticamente popular en un país basado en el individualismo y la empresa privada. Por lo tanto, el anticomunismo apocalíptico resultaba útil, pero la exigencia contradictoria de que se instrumentara una política que hiciera retroceder la agresión comunista perturbando lo menos posible la tranquilidad de los norteamericanos, comprometió a Washington a una estrategia de bombas atómicas en lugar de tropas, a la adopción de una actitud agresiva con una flexibilidad táctica mínima. Si una de las partes puso el espíritu de cruzada en la Realpolitik de la guerra fría y allí lo dejó fue Washington. Finalmente, hay que mencionar los intereses creados de los complejos militar-industriales que se beneficiaron con la loca carrera armamentista y que contaron con el apoyo de sus respectivos gobiernos para usar su superávit para atraerse y armar aliados y satélites y hacerse con lucrativos mercados para la exportación.