domingo, 21 de febrero de 2010

La guerra fría (parte II)

Fuente: Historia del siglo XX (Eric Hobsbawm)

Las armas atómicas no se usaron, pese a que las potencias nucleares paticiparon en tres grandes guerras, sin llegar a enfrentarse directamente. Sobresaltados por la victoria comunista en China, los EEUU intervinieron en Corea en el '50 para impedir que el régimen comunista del norte se extendiera hacia el sur, con un resultado de tablas. Hicieron lo mismo en Vietnam y perdieron. La URSS prestó asistencia militar a Afganistán contra las guerrillas apoyadas por EEUU y pertrechadas por Pakistán.

Mucho más evidentes resultan las consecuencias políticas de la guerra fría, que polarizó el mundo en dos bandos claramente divididos. En occidente los comunistas desaparecieron de los gobiernos para convertirse en parias políticos permanentes. La URSS eliminó a los no comunistas de las "democracias populares" pluripartidistas, que fueron clasificadas desde entonces como "dictaduras del proletariado", o sea, de los partidos comunistas. La política del bloque comunista fue monolítica, aunque la fragilidad del monolito fue cada vez más evidente a partir del '56. La política de los estados europeos alineados con EEUU fue más multicolor: mientras les uniera su antipatía por los soviéticos no importaba que partido político estuviera al mando, desde la izquierda socialdemócrata hasta la derecha moderada no nacionalista. Sin embargo, los EEUU simplificaron las cosas en Japón e Italia al crear sistemas de partido único que propiciaron la corrupción institucional a una escala asombrosa. Además, en Alemania y Japón pronto alteraron la política de reformas antimonopólicas, que los asesores roosveltianos habían impuesto durante la ocupación, para apoyarse en las grandes empesas alemanas y los zaibatsu japoneses, a falta de los bastiones anticomunistas fascistas que habían sido eliminados de la escena pública por la guerra (aunque, de todos modos, fueron empleados por los servicios de inteligencia).

Los efectos de la guerra fría sobre la política internacional europea fueron aun más notables que sobre su política interna: creó la Comunidad Europea, una organización política sin ningún precedente. Por suerte para los aliados de los norteamericanos, la situación de Europa parecía tan tensa al final de la guerra, que Washington creyó que el desarrollo de una economía europea (y más tarde tambien japonesa) fuerte era la prioridad más urgente, por lo que lanzó el plan Marshall en el '47, que a diferencia de ayudas anteriores adoptó la forma de transferencias a fondo perdido más que de créditos. Nuevamente, por suerte para los aliados, los planes norteamericanos de libre comercio y libre convertibilidad en una posguerra dominada por ellos carecieron de realismo, dadas las tremendas dificultades de pago de Europa y Japón tras la guerra. Tampoco pudieron imponer su modelo de Europa unida: ni a los británicos, que aún se consideraban una potencia, ni a los franceses, que soñaban con una Francia fuerte y una Alemania dividida, les gustaba. Pero para los norteamericanos el lógico complemento del plan Marshall era una Europa reconstruida y parte de la alianza antisoviética, que no podía excluir la reconstrucción y el rearme alemanes. Dada la situación, lo mejor que los franceses podían hacer era entrelazar sus intereses y los de Alemania Occidental tan estrechamente que resultara imposible el conflicto entre los dos antiguos adversarios, por lo que propusieron su propia versión de una unión europea: la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (más tarde Comunidad Económica Europea, luego simplemente Comunidad Europea y, desde el '93, Unión Europea). No obstante, aunque los EEUU no fueron capaces de imponer a los europeos sus planes económico-políticos en todos sus detalles, eran lo bastante fuertes para controlar su posición internacional respecto de la política de alianza contra la URSS y sus planes militares.

Y sin embargo, a medida que se fue prolongando la guerra fría fue creciendo la distancia entre el avasallador dominio militar y político de la alianza por parte de Washington y los resultados cada vez peores de la economía norteamericana, que desplazaban el peso económico del mundo a las economías europea y japonesa. Los dólares habían ido saliendo de EEUU como un torrente cada vez mayor, acelerado por la afición norteamericana a financiar el déficit provocado por sus enormes actividades militares planetarias y su ambicioso programa de bienestar social. De estar respaldado por las tres cuartas partes del oro del mundo que llegó a poseer Fort Knox, la estabilidad del dólar fue haciéndose cada vez más dudosa, y los precavidos europeos preferían cambiar papel potencialmente devaluado por lingotes macizos, sacando el oro a chorros de Fort Knox y provocando así el aumento su precio. Durante los años sesenta la estabilidad del dólar comenzó a basarse en la presión de EEUU sobre los bancos centrales europeos para no cambiar sus dólares por oro y unirse a un "bloque del oro". Pero en el '68 este bloque se disolvió, poniendo de facto fin a la convertibilidad del dólar, que se abandonó formalmente en el '71, y, con ella, a la estabilidad del sistema internacional de pagos. Cuando acabó la guerra fría, la hegemonía económica norteamericana estaba tan mermada que el país ni siquiera podía financiar su propia hegemonía militar.