miércoles, 17 de febrero de 2010

Los años dorados (parte I)

Fuente: Historia del siglo XX (Eric Hobsbawm)

Durante los años '50 mucha gente en los prósperos países desarrollados se dio cuenta de que los tiempos habían mejorado de forma notable, pero no fue hasta que se hubo acabado el boom, durante los turbulentos '70, cuando los observadores empezaron a darse cuenta de que el mundo capitalista desarrollado había atravesado una etapa excepcional, acaso única, una "edad de oro". Existen varias razones por las que se tardó en reconocer este carácter excepcional:
* Para los Estados Unidos, que dominaron la economía mundial tras la guerra, no fue tan revolucionaria, sino que supuso la prolongación de su expansión de los años de la guerra, e incluso su crecimiento no fue superior al de las etapas más dinámicas de su desarrollo. En el resto de los países industrializados, la edad de oro batió todas las marcas anteriores. La diferencia en productividad entre los Estados Unidos disminuyó.
* Tras la guerra, la recuperación fue la prioridad absoluta de los países europeos y en Japón, que en un principio midieron su éxito respecto de objetivos fijados con el pasado -y no el futuro- como referente.
* La recuperación representaba también la superación del miedo a la revolución social y al avance comunista. El principio de la guerra fría y la persistencia de partidos comunistas fuertes no invitaban a la euforia.
* Los beneficios materiales del desarrollo tardaron lo suyo en hacerse sentir, no fue hasta mediados de los '50 cuando se hicieron finalmente palpables.
* Las ventajas de la "sociedad opulenta" no se generalizaron hasta los '60, como tampoco lo hizo el pleno empleo. Por tanto no fue hasta los '60 que Europa acabó dando por sentada su prosperidad.
* Al principio el estallido económico parecía no ser más que una versión gigantesca de lo que había sucedido antes, una especie de universalización de la situación de Estados Unidos antes del '45, con la adopción de este país como modelo.

La edad de oro correspondió básicamente a los países capitalistas desarrollados, que representaban alrededor de las tres cuartas partes de la producción mundial. Este limitado alcance tardó en reconocerse porque al principio el crecimiento económico parecía ser de ámbito mundial, incluso independiente de los regímenes económicos. De hecho, pareció como si en un primer momento la parte socialista llevara la delantera: el índice de crecimiento de la URSS en los '50 era más alto que el de cualquier país occidental, y las economías de Europa oriental crecieron casi con la misma rapidez (a excepción de la Alemania comunista, que quedó muy rezagada respecto de su par occidental). Pero en los '60 se hizo evidente que era el capitalismo, más que el socialismo, el que se estaba abriendo camino. No obstante, la edad de oro fue un fenómeno de ámbito mundial en cierta medida, aunque la generalización de la opulencia quedara lejos del alcance de gran parte del globo. La población del tercer mundo creció a un ritmo espectacular y la esperanza de vida se prolongó, siendo que la producción de alimentos aumentó más deprisa que la población, e incluso aumentó más deprisa en los países pobres que en los desarrollados.

A diferencia de como acostumbraba suceder hasta entonces, la produccion agrícola se disparó gracias al aumento de productividad antes que al cultivo de nuevas tierras. El mundo industrial también se expandió por doquier, por los países capitalistas y socialistas y por el tercer mundo. El número de países dependientes en primer lugar de la agricultura para financiar sus importaciones disminuyó notablemente. La producción mundial de manufacturas se cuadruplicó y el comercio mundial de productos elaborados se multiplicó por diez.

Un efecto secundario de esta explosión que apenas si recibió atención, aunque ya presentaba un aspecto amenazante, fue la contaminación y el deterioro ecológico y urbano. La ideología del progreso daba aún por sentado que el creciente dominio de la naturaleza por parte del hombre era la justa medida del avance de la humanidad. Ciudades grandes y pequeñas, ciudades históricas, fueron arrasadas por los constructores de carreteras y promotores inmobiliarios en todo el mundo. Las autoridades utilizaron algo parecido a los métodos industriales de producción para construir viviendas públicas rápido y barato, llenando los suburbios con enormes bloques de apartamentos anónimos. La industrialización socialista se hizo de espaldas a las consecuencias ecológicas de un sistema industrial más bien arcaico basado en el hierro y el carbón. Pero, en cierto sentido, lejos de preocuparse por el medio ambiente, parecía haber razones para congratularse: la prohibición del uso de carbón como combustible en Londres (1953) eliminó la espesa niebla que cubría la ciudad, volvió a haber salmones remontando el Támesis y, en lugar de las inmensas factorías envueltas en humo de antaño, otras unidades fabriles más limpias, pequeñas y silenciosas se esparcieron por el campo. Sin embargo, el impacto de las actividades humanas sobre la naturaleza sufrió un pronunciado incremento debido al enorme aumento del uso de combusibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural), de los que se descubrían nuevos yacimientos antes de que pudieran utilizarse. Además, antes de la crisis del '73, el precio medio del barril de crudo saudí era inferior a los dos dólares, es decir que la energía resultaba ridículamente barata. Las emisiones de dióxido de carbono que calentaban la atmósfera casi se triplicaron y la producción que clorofluorocarbonados que afectan la capa de ozono experimentó un incremento casi vertical. Los países occidentales ricos producían la parte del león de esta contaminación, aunque la industrialización sucia de la URSS produjera casi tanto dióxido de carbono como los Estados Unidos, que a su vez seguían siendo los primeros (per cápita) con mucho.

Buena parte de la expansión mundial fue un proceso de acortar distancias con los Estados Unidos, que se adoptaron como modelo a seguir de la sociedad capitalista industrial. La era del automóvil llegó a Europa luego de la guerra y, más tarde y a escala más modesta, al mundo socialista y la clase media latinoamericana. La baratura del combustible hizo también del camión y del autobús los principales medios de transporte. Mientras que el modelo de producción en masa fordista se difundía por las industrias automovilísticas del mundo, los Estados Unidos aplicaron sus principios a nuevas formas de producción, desde casas a comida-chatarra (McDonald's es un éxito de posguerra). Por otro lado, bienes y servicios hasta entonces restringidos a minorías se pensaban ahora para un mercado de masas, como sucedió con el turismo a escala masiva. Asimismo, los que en otro tiempo habían sido artículos de lujo luego se convirtieron en indicadores de bienestar habituales en los países ricos: neveras, lavadoras, teléfonos.

Sin embargo, lo más notable de la época fue hasta qué punto uno de los motores de la expansión económica fue la revolución tecnológica, que no sólo contribuyó a la masificación y perfeccionamiento de los productos anteriores, sino a la producción de otros nuevos y desconocidos. Los plásticos, materiales sintéticos como el nylon, el poliéster y el polietileno, habían sido desarrollados en el período de entreguerras. La guerra misma, con su demanda de alta tecnología, preparó una serie de procesos revolucionarios luego adaptados al uso civil, como el motor de reacción y técnicas que allanaron el terreno para la electrónica e informática de la posguerra: por ejemplo, el transistor, que fue inventado en el '47, y los circuitos integrados, desarrollados durante los '50. La televisión y el magnetófono acababan de salir de su fase experimental. Por tanto, más que en cualquier época anterior, la edad de oro descansaba sobre la investigación científica más avanzada y a menudo abstrusa, que encontraba aplicación práctica. Tres aspectos de este terremoto tecnológico sorprenden al observador:

* Transformó completamente la vida cotidiana en los países ricos e incluso, en menor medida, en los pobres. La televisión, los discos de vinilo, las cintas magnetofónicas, los radiotransistores portátiles, el tratamiento químico de los alimentos, los productos frescos importados del otro lado del mundo por vía aérea, la alta proporción de nuevos materiales sintéticos, los productos de limpieza, higiene personal y belleza, etc. La revolución tecnológica penetró en la conciencia del consumidor hasta tal punto que la novedad se convirtió en el principal atractivo a la hora de venderlo todo. Además, el sistemático proceso de miniaturización de los productos, su portabilidad, aumentó inmensamente su gama y su mercado potenciales.

* A mayor complejidad tecnológica, más complicado se hizo el camino desde el descubrimiento o la invención hasta la producción, y más complejo y caro el proceso de creación. La "Investigación y Desarrollo" (I+D) se hizo crucial, consolidando las economías desarrolladas sobre las demás. Además, el proceso innovador se hizo tan continuo, que el coste del desarrollo de nuevos productos se convirtió en una proporción cada vez mayor de los costes de producción.

* Las nuevas tecnologías empleaban de forma intensiva el capital y eliminaban mano de obra, con la excepción de científicos y técnicos altamente calificados. Se necesitaban grandes inversiones constantes pero, en contrapartida, no se necesitaba tanto a la gente, salvo como consumidores. Sin embargo, el ímpetu de la expansión económica fue tal que, durante una generación, eso no resultó evidente, parecía tan irreal y remoto como la futura muerte del universo por entropía. Al contrario, la economía creció tan deprisa que la clase trabajadora mantuvo o incluso aumentó su porcentaje dentro de la población activa, absorbiéndose remesas de mano de obra procedentes del campo, o a las mujeres casadas, que entraron en número creciente al mercado laboral.

Todos los problemas que habían afligido al capitalismo parecieron disolverse y desaparecer. El ciclo terrible de expansión y recesión se convirtió en una sucesión de leves oscilaciones gracias a lo que los economistas keynesianos que asesoraban entonces a los gobiernos consideraban su inteligente gestión macroeconómica. Los niveles de desempleo bajaban (en los '60 Europa tenía un paro medio del 1,5%), los ingresos de los trabajadores aumentaban cada año, la gama de bienes y servicios que ofrecía el sistema productivo hacía asequibles más y más artículos que antaño hubieran sido de lujo, el estado de bienestar otorgaba una protección antes inimaginable ante enfermedad, desempleo o vejez. ¿Qué más podía pedir la humanidad sino hacer extensivas esas ventajas a los infelices habitantes de las partes del mundo no desarrolladas ni modernizadas que aún constituían la mayoría de los hombres?