lunes, 8 de febrero de 2010

La revolución mundial (parte II)

Fuente: Historia del siglo XX (Eric Hobsbawm)

La revolución mundial que justificaba la decisión de Lenin de implantar en Rusia el socialismo no se produjo, lo que condenó a la Rusia soviética a sufrir durante una generación un aislamiento que acentuó su pobreza y atraso. Sin embargo, la oleada revolucionaria que barrió el planeta a lo largo de los dos años siguientes a la revolución de octubre otorgó un viso de realidad a las esperanzas de los bolcheviques. Hasta los trabajadores de las plantaciones de tabaco de Cuba, que apenas si sabían dónde estaba Rusia, formaron "soviets". En España se llamó "bienio bolchevique" al período '17-'19, aunque la izquierda española era profundamente anarquista. Sendos movimientos estudiantiles estallaron en Pekín y Córdoba (Argentina), y desde este último lugar se difundieron por América Latina. La revolución mexicana, que inició su fase más radical en el '17, reconocía su afinidad con la Rusia revolucionaria, y con las doctrinas de Marx y Lenin.

En el '18 Europa central fue barrida por una oleada de huelgas políticas y manifestaciones antibelicistas que se propagaron desde Viena hasta Alemania, culminando en la revuelta de la marinería austrohúngara en el Adriático. Cuando se vio claramente que las potencias centrales serían derrotadas, sus ejércitos se desintegraron. En octubre del '18 se desmembró la monarquía de los Habsburgo, después de las derrotas sufridas frente a Italia, estableciéndose varios estados nacionales nuevos en su lugar. En noviembre, los marineros y soldados amotinados difundieron por todo el país la revolución alemana desde la base naval de Kiel, proclamándose la república.

Pero esta revolución era principalmente una revuelta contra la guerra, y la firma de la paz diluyó en gran parte su carga explosiva. Su contenido social era vago, excepto en los casos de los campesinos de los desvencijados imperios de los Habsburgo y los Romanov, del imperio turco -el proverbial "enfermo de Europa"-, y de los pequeños estados de semicivilizados montañeses del SE del continente. Allí se basaba en cuatro elementos principales: la tierra, el rechazo de las ciudades, de los extranjeros (especialmente los judíos) y de los gobiernos. Esto convirtió a los campesinos en revolucionarios, aunque no en bolcheviques, en amplias zonas de Europa central y oriental, pero no en Alemania ni en Austria. El descontento también se calmó introduciendo algunas medidas de reforma agraria. Por otra parte, el mismo campesinado representaba la garantía de que los socialistas no ganarían las elecciones generales democráticas, lo que consituía una dificultad decisiva para los socialistas democráticos. Finalmente, la creación de una serie de pequeños estados nacionales a modo de cordón sanitario contra el virus rojo, según los catorce puntos enunciados por el presidente Wilson, que jugó la carta del nacionalismo contra el llamado internacionalista de Lenin, frenó también el avance bolchevique. En el caso de la Alemania imperial, se trataba de un estado con una considerable estabilidad social y política, donde existía un movimiento obrero fuerte pero sustancialmente moderado, y donde sólo la guerra hizo posible el estallido de la revolución armada, ante la parálisis momentánea de la estructura de poder del viejo régimen bajo el doble impacto de la derrota total y de la revolución. Al cabo de unos días el viejo régimen se encontraba nuevamente en el poder, en forma de república, y no volvería a ser amenazado seriamente por los socialistas, mucho menos por el recién creado Partido Comunista, cuyos líderes, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, fueron asesinados por pistoleros a sueldo del ejército.

Con todo, el impacto de la revolución rusa en las insurrecciones europeas era tan evidente que alentaba en Moscú la esperanza de extender la revolución al proletariado mundial. La revolución alemana del '18 confirmó las esperanzas de los bolcheviques rusos, tanto más cuanto que a continuación se proclamaron sendas efímeras repúblicas socialistas en Baviera y Munich, sofocadas con la brutalidad esperada, y que el desencanto con la conducta de los socialdemócratas radicalizó a los trabajadores alemanes, muchos de los cuales pasaron a apoyar a los socialistas independientes y, a partir del '20, al Partido Comunista, que se convirtió en el principal partido comunista fuera de Rusia. Los líderes bolcheviques de Moscú no abandonaron hasta bien entrado el '23 la esperanza de ver una revolución en Alemania. La avanzada del ejército rojo hacia Varsovia en el '20, como secuela de una breve guerra ruso-polaca provocada por las ambiciones territoriales de Polonia, que recuperaba su condición de estado después de siglo y medio, también parecía hacer viable que se propagara la revolución hacia Occidente por medio de la fuerza armada, aunque los obreros polacos no se rebelaron y el ejército rojo fue rechazado a las puertas de Varsovia.

Sin embargo, ya en 1920, aunque la situación europea no estaba ni mucho menos estabilizada, resultaba evidente que la revolución bolchevique no era inminente en Occidente. Por otra parte, casi todos los partidos socialistas y obreros eran favorables a la integración de la nueva Tercera Internacional creada por los bolcheviques en sustitución de la Segunda Internacional, desacreditada y desorganizada por la guerra a la que no había sabido oponerse. Fue entonces cuando los bolcheviques cometieron un error fundamental al dividir permanentemente el movimiento obrero internacional. Lo hicieron al estructurar su nuevo movimiento comunista internacional según el modelo del partido de vanguardia de Lenin, constituído por una elite de revolucionarios profesionales con plena dedicación. Lo que buscaban los bolcheviques no era un movimiento internacional de socialistas simpatizantes con la revolución de octubre, sino un cuerpo de activistas totalmente comprometido y disciplinado. A los partidos que se negaron a adoptar la estructura leninista se les impidió incorporarse a la nueva Internacional, para no debilitarla con quintas columnas de oportunismo y reformismo. Pero para que esta argumentación tuviera sentido la revolución mundial debía encontrarse aún en marcha y haber nuevas batallas en la perspectiva inmediata, condiciones que no se daban. El tercer congreso de la Internacional Comunista reconoció en 1921 que la revolución no era factible, al hacer un llamamiento en pro de un "frente unido" con los mismos socialistas a los que el segundo congreso había expulsado, pero ya era demasiado tarde: el movimiento se había dividido permanentemente, los socialistas de izquierda integrados al movimiento socialdemócrata -constituído en su inmensa mayoría por anticomunistas moderados- y los nuevos partidos comunistas devenidos en una apasionada minoría de la izquierda europea.

Entre 1920 y 1927, las perspectivas revolucionarias se desplazaron hacia el este, las esperanzas de la revolución mundial parecieron sustentarse en la revolución china, que progresaba bajo el Kuomintang, partido de liberación nacional que aceptó el modelo y la ayuda militar soviéticos. La alianza avanzaría hacia el norte en el curso de una gran ofensiva que situaría a la mayor parte de China bajo el control de un único gobierno por primera vez desde la caída del imperio. Pero el principal general del Kuomintang se volvería contra los comunistas y los aplastaría, demostranto que tampoco Oriente estaba preparado para un nuevo octubre.